1. La filosofía de la rapidez.

Uno de los valores que tenemos actualmente en nuestra sociedad es la premura del tiempo. Hacerlo todo más rápido y hacer más cosas en el menor tiempo posible. Este estilo de vida tiene unas consecuencias pésimas en nuestra salud.

Larry Dossey, médico estaunidense, ya hablaba en la década de los 80 de la «enfermedad del tiempo». El síntoma de esta enfermedad en las sociedades modernas es la lucha contrareloj que nos proponemos en la realización de algunas de nuestras actividades diarias. Continuamente queremos hacerlo todo más rápido, terminar antes una cosa para empezar la siguiente… En definitiva ir más rápido.

Frente a esta epidemia nace la filosofía Slow. Surge en Italia en 1986 de la mano del periodista Carlo Petrini ante la protesta de la apertura de un McDonals (establecimiento de comida rápida) en la Plaza de España en Roma. Inicialmente el movimiento fue Slow Food, luego se extendió hacia otros ámbitos de la vida como Slow life, Slow sex, Slow cities, etc. La filosofía de la lentitud. Esta filosofía aboga por un mayor control del tiempo. Que seamos nosotros quienes controlemos el tiempo, y no que sea éste quien nos domine. Si conseguimos este control, estaríamos hablando de una mayor calidad de vida. Pasear, hablar con los amigos, cocinar, disfrutar de las pequeñas cosas…

En estos momentos tenemos que poner en tela de juicio nuestra obsesión por hacerlo todo más rápido. Correr nos impide reflexionar, va más con lo emocional y, por tanto, no es siempre la mejor manera de actuar. Se ha de pensar profundamente, dejar que nuestros pensamientos se cuezan a fuego lento en el fondo de la mente. A veces queremos hacer más cosas en menos tiempo y, lo que está claro es que cada cosa, cada actividad requiere su tiempo. Si no lo hacemos así, habremos caido en una obsesión por la cual tenemos que pagar un precio, nuestra salud y calidad de vida.

El tio Sam enfermo

Este estilo de vida basado en la rapidez, en la aceleración o en la velocidad comenzó con el desarrollo del capitalismo que genera una riqueza extraordinaria. El capitalismo va demasiado rápido incluso para su propio bien, pues la urgencia por producir y producir en el menor tiempo posible deja muy poco tiempo para el control de la calidad.

El coste humano que tiene vivir en la sociedad del capitalismo moderno es incalculable. En la actualidad vivimos para servir a la economía, cuando debería ser a la inversa. Las largas horas en el trabajo nos vuelven improductivos, tendemos a cometer errores, somos más infelices y estamos más enfermos. Los consultorios médicos están llenos de gente con dolencias producidas por el estrés: insomnio, jaquecas, hipertensión, asma y problemas gastrointestinales, por mencionar sólo unos pocos trastornos. Además, esta cultura del mayor beneficio en el menor tiempo posible está minando nuestra salud mental.

En Japón denominan a la «muerte por exceso de trabajo» como Karoshi. Una de las víctimas más famosas del Karoshi fue Kamei Shuji, un agante de bolsa que durante la prosperidad del mercado de valores, a finales de los años 80, trabajaba noventa horas a la semana. La empresa para la que trabajaba lo pregonaba como el modelo al que los empleados deberían aspirar. En 1989, cuando estalló en Japón la burbuja económica, Shuji aumentó el ritmo de trabajo. Murió de un ataque cardíaco en 1990 a la edad de veintiseis años.

El exceso de trabajo no es solamente malo para la productividad de la empresa, sino que también es un riesgo para la salud en muchos aspectos. Deja menos tiempo y energía para el ejercicio y nos hace más proclives a tomar demasiado alcohol o alimentarnos de una manera inadecuada. No es extraño ver que los países más «rápidos» sean también los que cuentan con un mayor número de obesos entre su población.

En la actualidad, hasta un tercio de los estaunidenses y una quinta parte de los británicos padecen obesidad patológica. A fin de mantenerse al ritmo del mundo moderno, para aumentar la celeridad, muchas personas buscan unos estimulantes más potentes que el café. La cocaína sigue siendo el estimulante preferido por los profesionales del cuello blanco, pero las anfetaminas, conocidas como speed («velocidad»), están tomándole la delantera.

Una de las razones por las que necesitamos estimulantes es que muchos no dormimos lo suficiente. No solamente tenemos que descansar las 8 o 9 horas de la noche, sino que también tenemos que hacer uso de la tradicional siesta de la tarde después de comer. No dormir lo suficiente puede dañar los sistemas cardiovascular e inmunitario, provocar diabetes y dolencias cardíacas, así como indigestión, irritabilidad y depresión. Dormir menos de 6 horas por la noche puede debilitar la coordinación motriz, el habla, los reflejos y el juicio.

El amodorramiento causa más accidentes que el alcohol. Muchos de los accidentes de tráfico se deben a la fatiga al volante. La ONU predice que para 2.020, el tráfico será la tercera de las principales causas de muerte en el mundo.

Incluso el ocio con impaciencia hace que sea más peligroso. Las personas que practican algún deporte y lo hacen en exceso: demasiado rápido, demasiado pronto hacen que padezcan lesiones.

Por tanto, una vida apresurada hace que se convierta en superficial. Cuando nos apresuramos, vamos siempre por la superficie y no logramos establecer un verdadero contacto con nuestro entorno. Como escribió Milan Kundera en su novela La lentitud (1996): «Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo»

 

Milan Cundera

 

 

 

 

 

Para concluir tenemos una buena noticia: la desaceleración es beneficiosa tanto para nuestra salud, trabajo, vida familiar, vida social, economía, sexo…, todo mejora. Esta actitud no es nueva. Ya en el siglo XIX, la gente oponía resistencia al aceleramiento. Los sindicatos exigían más tiempo libre. Empezaba a surgir el estrés en las ciudades y los ciudadanos buscaban escaparse al campo. Pintores, cineastas, poetas, escritores y artesanos buscaban modos de preservar la estética de la lentitud en la era de las máquinas. Ejemplo de ello tenemos la película de Charles Chaplin Tiempos modernos de 1936.

Tiempos modernos de Chaplin

En la actualidad, esta nueva actitud contra la velocidad se le denomina internacionalmente como movimiento slow. Un estilo de vida rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, analítico, estresado, superficial, impaciente y activo; es decir, la cantidad prima sobre la calidad. Lento es lo contrario: sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo; en este caso, la calidad prima sobre la cantidad.

La lentitud es necesaria para establecer relaciones verdaderas y significativas con el prójimo, la cultura, el trabajo, la alimentación,… La paradoja esta en que lentitud no significa, en este contexto, lento. Sino que cada cosa, cada actividad necesita su tiempo. Equilibrio es la palabra clave en esta filosofía. Actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo y ser lento cuando la lentitud es lo más conveniente. Tratar de vivir en lo que los músicos llaman el tempo giusto, la velocidad apropiada.

El propio movimiento slow se superpone a la cruzada antiglobalización. Los seguidores de ambos movimientos creen que el «turbocapitalismo» ofrece un billete de ida hacia la extenuación, para el planeta. Afirman que podemos vivir mejor si consumimos, fabricamos y trabajamos a un ritmo más razonable. Los activistas del movimiento slow, así como los moderados del movimiento antiglobalización no prentenden destruir el capitalismo, sino darle un rostro más humano.

El movimiento slow aún está por formarse. Carece de sede social y de página web, no tiene un dirigente único ni un partido político que haga bandera de su mensaje. Muchas personas deciden ir más despacio sin tener conciencia de que su actitud forma parte de una tendencia cultural.